Salvador Almaraz muralista irapuatense llora frente a su exquisita obra, el Mural de Las Revoluciones

“La creación artística es el contacto con los

demás, la unión comprensiva y amorosa”

David Alfaro Siqueiros

Por Mtro. Manuel Delgado / Cadena 8 Noticias

Sus ojos cansados se cristalizaron, pero se negaron a rodar sus lágrimas. Está frente a su magnífica obra: el Mural de las Revoluciones.

Considerado el último eslabón del muralismo, Salvador Almaraz de 91 años se mantiene inmóvil en su ortosilla. Solo levanta la cabeza, coronada por una mata de pelo, plateado como la luna, para disfrutar con un sentimiento de melancolía de una de sus más queridas creaciones artísticas.

Está ahí, en el descanso de la escalinata del histórico edificio de Palacio Municipal, en la tierra que lo vio nacer, ante esa bóveda donde plasmó en 1969 la pieza al alimón con pintores como José Oropeza y Manuel Hernández.

De forma inesperada la alcaldesa Lorena Alfaro transita por el espacio arquitectónico y se sorprende gratamente por la presencia del “maestro”, como afectuosamente le dice.

Se acerca y lo saluda con un amor casi filial. Se inclina un poco para escucharle mejor. El muralista de voz cansada pero de pensamientos lúcidos, la llama por su nombre: -“Gracias Lorena”, casi le susurra.

La alcaldesa, con sangre de muralista –su tío abuelo fue David Alfaro Siqueiros- está sonriente y efusiva. Intenta contener la emotividad del momento, pero casi abraza con sus palabras al artista.

Parece que el tiempo se detiene y los espectadores no dejan de ver los ojos del hombre preclaro, lúcido y agradecido con la vida.

-Nunca me imaginé esto. Nunca pensé que esta sería mi obra, dice ya con lágrimas rodando tímidamente por las comisuras de sus ojos grises.

Lorena se inclina y como rogándole una imposición de manos de bendición, le pide interceda a Dios para que le dé la sabiduría para hacer un buen gobierno por los irapuatenses.

Luego, el galardonado internacional, reconocido en su tierra natal con el Vasco de Plata en 1998, vuelve la mirada a la bóveda y se pierde en ella.

La alcaldesa sigue ahí y sólo lo contempla casi con el amor de una hija hacia un padre y le da las gracias por el emotivo encuentro espiritual, teniendo como testigos de este momento memorable a los personajes icónicos de las revoluciones de México.

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