Por Fidel Ramírez Guerra / @periodistafrg
El hombre debe de ser agradecido. Y parte de ese agradecimiento es la lealtad. Al final todo tiene sus tiempos. Son ciclos en las relaciones humanas. La traición no es cuestión de tiempo. La traición es de traidores.
El hombre – o mujer – que tienen mandos en las empresas, en la política o en patrimonios, buscan la lealtad a toda costa y las preguntas que se hacen son: ¿Quién me puede traicionar y quién no me puede traicionar? ¿En quién no debo de confiar y en quién sí debo de confiar?
La sucesión presidencial, de las gubernaturas, de las alcaldías, entran en esta idea del hombre de las decisiones. Tanto Andrés Manuel como Diego Sinhue han abierto el abanico de posibles sucesores, cada uno con sus particulares intereses: AMLO, idealista, queriendo pasar a la historia, ya viejo, y Diego intentando que trascienda su gobierno, el estado de Guanajuato, y sentando sus bases para seguir en política. Es joven.
La lealtad no se mide con un termómetro ni con un oxímetro. Quien busca lealtades pone pruebas y las va midiendo. En este ejercicio en el tiempo todo cuenta. Así lo hacen los presidentes, los gobernadores, los alcaldes, los empresarios que heredan fortunas a los suyos. La lealtad es una medición diaria de acciones, pero más allá, es química pura. Es decir, la lealtad se olfatea en lo más profundos de las intuiciones.
Hace bien López Obrador es meter a la carrera a Adán. Hace bien Diego en meter al abanico de mujeres a Pilar Ortega.