Por: José Andrés Marqués Frías
Cuando hablamos de la participación que hombres y mujeres tuvieron en la Revolución mexicana, se nos viene a la mente personajes enmarcados en la mitología nacional, etiqueta que no siempre fue ganada por méritos propios, sino por la publicidad política y comercial que tiene el objetivo de desprestigiar actores, de estereotipar el nacionalismo mexicano y de generar ganancias a compañías cinematográficas y editoriales. Tal publicidad busca proyectar más bien el sensacionalismo que la realidad de una población. Es el caso de Pancho Villa considerado bandido, prepotente, valentón, macho y poco amoroso con las mujeres; de las Adelitas, las Valentinas, las Rieleras y demás mujeres que se involucraron en la lucha armada, compañeras de sus esposos, sus hermanos, sus padres y sus concubinos, a quienes atendían en el momento en que requerían ayuda médica, alimenticia y moral. También estuvieron aquellas mujeres, como las anteriores, con grados revolucionarios o con participación política durante la contienda, consideradas, en nuestros días, heroínas de la identidad femenina, no obstante que hubo quienes pretendieron ser reconocidas por su identidad masculina y no por la femenina: la coronela zapatista Amelia Robles, quien se asumió como hombre durante 70 años de su vida (desde el periodo de la Revolución Mexicana), considerada en la actualidad «símbolo de la mujer revolucionaria», con museo en su honor en el poblado de Xochipala.
Citando lo que Friedrich Katz nos presenta en la biografía de Pancho Villa, podemos señalar de este revolucionario lo siguiente:
“hay leyendas de Villa el Robin Hood, Villa el Napoleón mexicano, Villa el asesino, Villa el mujeriego y Villa como el único extranjero que atacó el territorio continental de Estados Unidos desde la guerra de 1812 y [que] salió indemne. Sean correctas o incorrectas, exagerados o verídicas, uno de los resultados de esta leyenda es que el dirigente ha opacado al movimiento y los mitos han opacado al dirigente.”
Dicho de otra manera:
“no existe uno solo, sino toda una serie de mitos en torno a Villa y su movimiento: los que [se] expresan en las canciones populares, el que urdieron los vencedores, que durante muchos años presentaron una historiografía oficial hostil sobre él, y el [cine] de Hollywood, a su vez muy contradictorio, para nombrar sólo unos cuantos”.
A estos estereotipos debemos agregar el de la idea que desde décadas atrás se creó del mexicano, macho y amante del tequila, en tanto que a las mujeres se le ha pretendido ver como las complacientes de los caprichos masculinos, sin ninguna válvula de escape, y ajenas a los pocos o muchos pecados (si de pecados podemos hablar) que ellas mismas cometieron.
Pero no todo fue blanco y negro. Hubo hombres que odiaron y amaron a sus hijos y a sus esposas; mujeres que abrasaron la masculinidad (Amelia/Amelio Robles, por ejemplo), así como las prostitutas, las madres cariñosas, las subversivas, las cantantes, las comerciantes, las propietarias, las profesionistas, las delincuentes y las que sufrieron los maltratos físicos por parte de los soldados federales y revolucionarios. La multitud de facetas se presentó tanto en personas del sexo masculino como del femenino, a las cuales no podemos clasificar, en términos generales, de agresores y víctimas, sino de individuos que participaron, por ejemplo, durante el proceso revolucionario, ya fuera por voluntad o por la fuerza, en actitud activa o pasiva, dañando o recibiendo daños.
Sobre esto último recordemos, siguiendo los planteamientos de don Luis González y González, que una mínima parte de la población del país revolucionó y dañó a la mayoría de las personas que no participaron en el derrocamiento de gobiernos y en el cambio de sistemas, aun cuando sí mostraron, no todos, una simpatía por determinado bando, no obstante los estragos sociales y económicos provocados por la lucha armada.
Ahora bien, en el presente trabajo no pretendemos hacer una historia de lo que las mujeres mexicanos vivieron durante el mencionado conflicto, sino de las guanajuatenses en particular. Para ello abordaremos, en primer lugar, la participación que diversas personas del sexo femenino tuvieron en el movimiento local; y luego, en segundo término, los abusos de que fueron objeto las que no se involucraron en el mencionado conflicto.
Con respecto a la contienda, apuntemos que nos son desconocidas las razones por las cuáles diversas mujeres guanajuatenses se involucraron en la lucha local. Lo que sí conocemos son las causas que, de 1911 a 1914, dieron origen a la sublevación en el estado de Guanajuato.
Esas causas son:
- Que el impuesto predial era desigual entre los dueños de la tierra (los del distrito de Silao, principal foco de sublevación, pagaban más que los de León)
- Durante el porfiriato (1876-1911), el apoyo financiero y legislativo no era suficiente para reactivar la agricultura en la entidad
- Los líderes del movimiento armado buscaban ocupar los cargos de los distritos políticos y de los Poderes Ejecutivo y Legislativo del estado, esto con el objetivo de reformar las leyes que consideraban opuestas a sus intereses
- Diversos jefes de la insurgencia se manifestaron en contra de que Madero permitiera la continuidad gubernamental de los porfiristas y de que dejara a muchos maderistas fuera del gobierno revolucionario.
De 1914 a 1918, la lucha armada, que cubrió todo el estado de Guanajuato, continuó por otros motivos. Uno de esos motivos fue que el gobierno carrancista, la facción ganadora en términos militares, confiscó las tierras de los llamados enemigos, las cuales entregó a los pueblos de la entidad, mismos que venían solicitando con anterioridad la devolución de los terrenos que aseguraban les pertenecían desde el periodo colonial. Por ello los enemigos de los carrancistas financiaron y conformaron fuerzas armadas para atacar a los solicitantes de tierras, aunque también hubo del lado de los carrancistas hacendados perjudicados con este reparto. Otra causa de la contienda fue la actitud antirreligioso y anticlerical de la facción ganadora, como el cierre y saqueo de templos, expulsión de sacerdotes, confiscación de las propiedades urbanas y rurales de los clérigos, y la carestía de los productos de primera necesidad, ahora buscados en los robos que se efectuaban a las propiedades particulares.
Rol de las mujeres durante la revolución mexicana
Si bien no contamos con información sobres los planteamientos políticos, económicos y sociales de las mujeres guanajuatenses que participaron en la contienda, sí tenemos los nombres de varias de ellas, lo cual nos permitirá comprender qué tanto se involucraron en la lucha dirigida por varones. No obstante, antes de mencionar a esas mujeres, apuntemos que los documentos de archivo se refieren a la mayoría de ellas como colaboradoras revolucionarias de los rebeldes, los cuales, muchas de las veces, eran sus mismos familiares. Y esa colaboración consistía en proporcionar parque e información sobre los enemigos y los lugares a combatir, cuyas actividades eran desarrolladas junto con personas del sexo masculino.
Asimismo, algo de llamar la atención, las autoridades del gobierno del estado, según las fuentes consultadas, no tacharon a las mujeres subversivas de bandidos; sin embargo, es seguro que en el momento de su detención, y al estar en la cárcel, recibieron los maltratos físicos propias de la guerra. Fue el caso de Juana Lucio, quien se sublevó en Pozos en mayo de 1913, al lado de su marido Encarnación Olguín, líder «de la plebe enfurecida» que lo secundaba; la prisión de Juana Lucio tuvo lugar de 1913 a 1915. En este año de 1915, el general revolucionario Álvaro Obregón le otorgó su libertad, al igual que a todos los considerados enemigos del huertismo.
Otros casos son:
Con respecto a las demás mujeres insurgentes de que tenemos noticias, Mercedes González viuda de Robles, dueña del rancho de Santa Faustina, en Silao, junto con otros propietarios, patrocinó el movimiento maderistas que encabezó en el estado el profesor Cándido Navarro. Otras de las mujeres implicadas en la sublevación fueron Antonio Navarro y Carlota Bravo, hermana y esposa de Cándido, quienes se encargaban de invitar a personas de diversas partes de la entidad para que se integraran a la lucha maderista. Estas dos mujeres, en el norte del país y entre los líderes nacionales del movimiento, consiguieron parque y dinero, además de haber difundido en la entidad los planes revolucionarios de San Luis (de 1910) y de Guadalupe (de 1913).
En octubre de 1912, por su parte, encontramos a la coronela Carlota Miramar, «brava hembra» del grupo del general Simón Beltrán, quien tenía su cuartel en la jurisdicción de Valle de Santiago. Ambas personas publicaron en esa fecha un desplegado dirigido al público en general, a los trabajadores y a los dueños de los ferrocarriles que pasaban por los estados de Guanajuato, Querétaro y Michoacán. El desplegado advertía de los ataques que el grupo de Beltrán efectuaría contra los trenes que transitaran por dichos estados, así como del fusilamiento de los individuos que participaran en la reparación de las vías férreas que destruyeran los mencionados rebeldes.
Asimismo, Juliana Ramírez, Emilia Alejos, María Refugio Acosta, Telésfora Quiroz, Elena Almanza, Francisca y Porfiria Robles, familiares de villistas regionales, fueron aprehendidas en 1918. El motivo fue por la pretensión de abastecer de municiones a los rebeldes.
Finalmente, la señora Lucía Rodríguez, quien tenía conocimiento de las acciones del capitán insurgente Pedro López o Santiago Portilla, colaboró en marzo de 1918 en la detención de éste, pues tal insurgente, cuando se encontraba en estado de ebriedad, le relataba a Lucia Rodríguez los detalles de sus correrías.
Las revolucionarias eran mal vistas por la sociedad
No obstante las anteriores participaciones mencionadas, debemos señalar que la colaboración armada de las mujeres insurgentes no fue bien vista por la población que se abstuvo de inmiscuirse en la contienda. Más bien fueron tachadas, principalmente las pobres, de mugrosas, léperas, abusivas, abastecedoras de aguardiente y mariguana para la tropa, de comideras, «galletas de capitán», soldaderas, pelonas, guachas, Juanas, etcétera, términos que ellas mismas conocían y sabían que les asignaban los adinerados.
Tal desprecio por las soldaderas tenía fundamento en la realidad, aunque no sólo por parte de los acaudalados, sino por todas aquellas personas que se decían afectadas por las acciones de ellas y los insurgentes. Un ejemplo de esto es Ester N; familiar de un bandido y vecina del barrio de Cata, en el municipio de Guanajuato, quien robaba ropa y otros objetos que vendía a la luz pública. Los vecinos del barrio, perjudicados por tales hurtos, ya no soportaban a la familia de la mujer, por lo que el delegado municipal determinó aprehender a dicha persona en octubre de 1916, a la vez que solicitó al presidente municipal una orden de cateo, con el objetivo de cerciorarse de que en la casa de Ester N. ya no había más pertenencias robadas…
Fragmentos de texto tomados del Boletín 23 del Archivo Histórico del Estado de Guanajuato. Nueva Época. Enero-Junio 2004.