La espiral de la violencia

Por: Héctor Andrade Chacón / @hectorandrade70

El atentado contra el republicano y expresidente de los Estados Unidos, Donald Trump, en un acto de campaña, del cual se salvó por nada, ha puesto en alerta máxima el proceso electoral del país vecino.

La radicalización del discurso político en los Estados Unidos durante los últimos años, con la aparición de “outsiders” como lo fue en su momento el empresario Donald Trump arrebatando la candidatura presidencial republicana a políticos tradicionales y luego venciendo a la exprimera dama demócrata y exsecretaria de Estado, la militante del Partido Demócrata, Hillary Clinton, en 2016, inflamando a partir de su elocuencia y críticas “sin reserva” a sus rivales, lejos de la “diplomacia” usual, vino a ser un caldo de cultivo para la emergencia de la violencia política como método para zanjar disputas y, por ende, vulnerar los valores tradicionales de la democracia estadounidense.

Este irresponsable uso del lenguaje provocó la mayor crisis política en los Estados Unidos en las últimas décadas, cuando incitados por Donald Trump, sus seguidores no sólo cuestionaron los resultados electorales que impidieron su reelección en 2020 sino que los llevaron a asaltar el Capitolio, sede del Congreso federal en Washington, tratando de frenar la asunción del hoy presidente Joe Biden, en una medida que generó confrontaciones y muertes.

Sin embargo, ni siquiera el haber acercado a la insurrección el uso de estas formas de confrontación más allá de las vías usuales de la política, hizo que dentro de los partidos y la comunidad política estadounidense se pactara un retorno a la moderación o una reforma político-electoral que alentara, además de soluciones a defectos de su democracia indirecta, la civilidad por encima de una cultura de violencia política que, además, encontró en las redes sociales el mejor canal para su expansión. Las lecciones de las causas y desarrollo de la Guerra de Secesión en el siglo XIX fueron olvidadas.

Lo peor, la figura de Donald Trump, a pesar de su rol en el “golpismo” del 2020, no pudo ser expulsada de la política estadounidense, mientras que su figura crecía entre millones de ciudadanos inconformes con el ejercicio de la política en su país, influenciados en prejuicios y rencores, de manera tal que, sorpresivamente para esa clase política con lentitud paquidérmica, Trump regresó a la arena política para tratar de recuperar la Casa Blanca, sin que le minara en algo los enjuiciamientos en su contra, desplazando, nuevamente, a los políticos republicanos tradicionales y de paso poniendo contra las cuerdas a Joe Biden.

Esto, ha hecho que otra parte de la población lo considere un peligro para la democracia estadounidense o de quien sostiene valores contrarios, radicalizándose las posturas ante la carencia de ajustes en la política interna del país del norte.

Lo curioso es que el asunto si se ha medido. Una serie de encuestas de la Universidad de Chicago ha estado siguiendo la proclividad de ciertos sectores del pueblo estadounidense a la violencia política tras el asalto al Capitolio por simpatizantes de Donald Trump, aquel 6 de enero de 2021, detectándose, con base la encuesta del 24 de junio pasado, por ejemplo, que 10 por ciento de los adultos estadounidenses, 26 millones, “apoyan el uso de la fuerza para impedir que Trump se convierta en presidente de EE.UU.”.

El titular del Proyecto sobre Seguridad y Amenazas en la Universidad de Chicago, Robert Pope, área que hizo las encuestas, advirtió hace semanas de esto a las autoridades de los Estados Unidos; sin embargo, la realidad se adelantó y el pasado sábado un francotirador civil, un varón muy joven, estuvo a milímetros de asesinar a Donald Trump en un mitin en Pensilvania, siendo muerto tras el atentado por elementos del Servicio Secreto de los Estados Unidos que custodian al expresidente y hoy nuevamente virtual candidato republicano, pues esta semana deberá ser proclamado como tal en la convención del partido del elefante.

Donald Trump, que fue herido, y cuidado pecho a tierra por sus guardaespaldas, al levantarse, en una reacción muy particular, los detuvo antes de que lo sacaran del sitio para levantar el brazo, con una elocuencia pensada con suma rapidez, gritando a sus seguidores: “¡Fight! ¡Fight!” (¡Pelea! ¡Pelea!). Antes que la moderación, la confrontación. Luego, horas después, vino un mensaje menos violento con llamado a la unidad nacional.

La encuesta de la Universidad de Chicago también encontró que 7 por ciento de los entrevistados “apoya el uso de la fuerza para restaurar a Donald Trump en la presidencia de los Estados Unidos”.

En los hechos, al menos 17 por ciento de los estadounidenses, de acuerdo con la encuesta, están dispuestos a la confrontación violenta para que Donald Trump sea o no su presidente.

El atentado es una línea que ya fue rebasada y pone sobre la mesa una serie de escenarios posibles que podrían poner en riesgo la viabilidad de la democracia estadounidense.

La retórica política puede influir significativamente en la violencia política. Estudios han demostrado que el uso de un lenguaje incendiario por parte de líderes políticos puede aumentar la probabilidad de violencia, dirigirla, complicar la respuesta de las fuerzas del orden y aumentar el miedo en comunidades vulnerables. Además, el uso de discursos de odio por parte de políticos puede profundizar las divisiones existentes y hacer que las sociedades sean más propensas a experimentar violencia política y terrorismo.

La espiral de la violencia es tangible. Hay preocupación de que no sólo haya más ataques contra Donald Trump, sino ataques de represalia por el ataque en su contra.

Trump cuenta, a partir de este fin de semana, de un nuevo instrumento para su propaganda a partir de su supervivencia, que ya es un ícono en los medios. Con un Joe Biden en picada, sobre todo por su vulnerabilidad mental, el magnicidio fracasado desequilibra la carrera presidencial todavía más en favor del candidato republicano. De no darse la sustitución del candidato demócrata, por una figura que emerja con firmeza y talento ante Donald Trump, podría decirse que la suerte está echada a partir de este atentado que ya le genera dividendos al expresidente.

En México, también hemos padecido la polarización de la praxis política, sembrando la inquina entre la población, más allá de la lucha entre políticos. El presidente, Andrés Manuel López Obrador, hizo uso de ella para afianzar su proyecto político a partir de las ventajas que le dio el poder de su cargo, dividió antes que abonar a la fraternidad.

Las elecciones pasadas, dominadas por su partido, Morena, generaron el mayor número de asesinatos de candidatos, periodistas y simpatizantes en la historia moderna del país.

Esta violencia fue distinta a la de elecciones pasadas, donde la disputa entre grupos muy específicos provocó otros asesinatos, pero no en un escenario donde sectores de la misma población pugnan por el exterminio de los contrarios en un teatro de división social.

Precisamente, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, mostró lo evidente, AMLO usó el poder presidencial para favorecer a su partido y tener así una ventaja ilegal en las elecciones del 2 de junio. La respuesta del presidente de México fue fustigar a los magistrados de corruptos y más, con una alta dosis de violencia política en su discurso.

En ambos lados del Río Bravo se juega con fuego.

Tomada de Paralelo X.

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