Por Raúl Ramírez Riba / @raulramirezriba *
“en la calle, codo a codo,
somos mucho más que dos”
— Mario Benedetti
En el 2020 y 2021 se vivieron elecciones federales y locales en nuestro país, con la pandemia a cuestas. La victoria en todos los niveles se la llevaron los dos mega partidos políticos: MORENA y el PAN.
Sin embargo, se dieron más de 35 mil candidaturas entre más de 10 partidos políticos. A la par, 647 personas buscaron convertirse en candidaturas independientes, figura nacida de la reforma constitucional del 2012 que desde entonces permitió la participación ciudadana sin partidos en las elecciones; una válvula de escape para los ciudadanos que quieren el cambio y no se sienten representados o incluidos por la partidocracia.
Pero los resultados de la intentona independiente de este proceso electoral fueron horripilantes, siendo afectados profundamente por los casi imposibles requisitos de las convocatorias para validar las candidaturas y por la durísima pandemia global.
De las 647 aspiraciones, menos del 10 por ciento juntaron las miles de firmas necesarias para poder aparecer en las boletas. De estas últimas, sólo ganaron los tres alcaldes independientes que buscaban la reelección en Tequisquiapan, Querétaro; Cananea, Sonora, y San Pedro Garza García, Nuevo León; los cuales al ser gobierno —y presumiendo buenos resultados— contaban con una ventaja enorme para ganar la reelección.
A mí me tocó encabezar una de las pocas candidaturas independientes que lograron cumplir con los durísimos requisitos iniciales de junta de firmas, finalmente perdiendo en la elección ante los dos mencionados mega partidos y la bajísima participación ciudadana que apenas llegó al 46 por ciento.
Territorial, el primer gran aprendizaje
Si bien nuestra campaña no logró la victoria ante los dos mega partidos mencionados, fue de las muy pocas candidaturas a diputación que logró más de 10 mil firmas para obtener el registro y tuvimos más votos en la elección que la suma de los votos obtenidos por los seis partidos chicos en nuestra categoría —algunos con décadas de historia—. ¿Qué hicimos distinto? ¿Existe algo que se pueda rescatar para futuras campañas políticas que vayan contra el poder?
El primer gran aprendizaje nos llegó en la junta de firmas. Entre diciembre del 2020 y enero del 2021, tuvimos seis semanas para reunir un mínimo de siete mil firmas. Con el frío invierno y el punto más alto de la curva de contagios encima, las calles estaban vacías. Había pánico social por el altísimo número de muertes, las filas en los hospitales y la escasez de medicinas y de tanques de oxígeno. Además, las firmas se debían de obtener con una aplicación móvil que obligaba a los voluntarios a acercarse a los ciudadanos y compartir el aparato telefónico, con los riesgos de contagio que eso implicaba.
En pocas palabras, el panorama era desolador. Por todo el país llegaban noticias de que no más de 15 o 20 candidaturas —de más de 600— estaban logrando cumplir con sus objetivos de firmas (principalmente en estados como Nuevo León, en donde las diputaciones locales requerían sólo una tercera parte del número que nuestra candidatura debía obtener). Tras dos semanas de muy malos resultados, nuestro coordinador nos dio la terrible noticia: de seguir sin cambios, quedaríamos lejísimos de la meta de firmas.
Nuestra recuperación nació a partir de una reestructuración territorial: nos volcamos a la calle. Tuvimos que pasar todos los recursos humanos al brigadeo. Armamos un equipo compacto, pero muy capaz, de voluntarios que sí podían darnos el día completo y no sólo sus pocas horas libres.
Con casi 30 brigadistas, mezclamos recorridos por calles con puntos fijos en plazas públicas. Todas las áreas de la campaña se volcaron a territorial. Los medios de la candidatura (videos, streams, comunicados, redes sociales) se dedicaron a dar cobertura al brigadeo, así como a informar en donde podían encontrarnos quienes quisieran darnos su firma. Salimos a hablar con la gente, con un discurso distinto y humano. Convencimos a cada uno de nuestros firmantes a través de la primera y más grande herramienta política: la conversación uno a uno.
Desde un inicio optamos por ser una candidatura dual, haciendo mucha publicidad tanto del candidato propietario que era yo, como de la candidata suplente, Karla, una increíble universitaria que trabajó a todas horas por la candidatura. Esto no era normal, pues tradicionalmente en México las candidaturas a diputación no hacen campaña con los suplentes —ni se sabe quienes son—, pero nosotros queríamos marcar una nueva tendencia.
Nuestra agenda entonces se hizo por completo de calle, participando con los brigadistas codo a codo en las metas diarias (cada persona tenía una meta de 50 firmas por jornada de 4 horas). El candidato y la candidata no eran más que otro par de soldados y eso funcionaba muy bien.
Las últimas dos semanas de junta de firmas lográbamos en un día lo que habíamos logrado en las primeras dos semanas. Era obvio que superaríamos la meta, se sentía en el aire. En las calles nos reconocían con frases que nunca olvidaremos: “Hey, yo quiero darles mi firma”, “Son ustedes la candidatura independiente, ¿verdad?”, “Ya les di la firma en mi trabajo, pero ahorita traigo a mi mamá y que ella también les firme”. Terminamos juntando más de 10 mil firmas.
Aciertos y errores, aprendizajes de campaña
Entre junta de firmas y la campaña pasaron poco más de dos meses. Ese tiempo de espera fue para nosotros de planeación y, en vista del éxito obtenido, decidimos que nuestra campaña sería principalmente territorial y de medios, sin los tradicionales mítines de los partidos políticos.
En territorial crecimos el equipo a casi 250 brigadistas; pero la lógica de campaña no se parecía nada a la de junta de firmas. Las metas de los brigadistas no podían ser medidas, pues no había una firma por obtener. Intentamos medirlos con contactos realizados (cuántas calcomanías pegaban o cuántos teléfonos obtenían), pero nada que pudiera ser traducido a votos el día de la elección.
En medios decidimos tomar una mirada más arriesgada que en junta de firmas y entrar de lleno en la conversación política, buscando marcar la agenda de los principales candidatos —de todas las categorías— en lugar de querernos subir a la agenda que ellos ponían. Fueron tres esfuerzos destacados:
Primero, tomando nuestro lugar como una candidatura contra el poder, publicamos videos sobre los graves problemas sociales que enfrenta nuestra ciudad, con fuertes pautas publicitarias en facebook que nos permitieron llegar casi al 100 por ciento del electorado con más de 200 mil vistas por video. No eran videos electorales, sino de denuncia. El punto era mostrar lo mal que están las cosas y abrir la conversación de la ciudadanía. Desde la primera semana logramos colar nuestros temas en la conversación general de todas las candidaturas, sobre todo la falta de agua en la ciudad.
Segundo, nos enfrentamos sin miedo y directamente al poder del partido gobernante y sus malas prácticas. En el debate televisado entre candidaturas a la diputación local, expusimos cómo la candidata del partido en el poder ni siquiera vivía en el distrito, sino a varias horas del mismo. El tema se coló en los medios locales y estatales como pólvora. Si bien esa candidata ganó su reelección, lo hizo con miles de votos menos que la vez anterior.
Tercero, en la misma tesitura que el punto anterior, nos enfrentamos al imaginario colectivo del poder. Nuestra campaña hizo una botarga que simbolizaba todo lo malo de la política local. La bautizamos Mr. Moches, le grabamos covers de canciones famosas pero con letras alteradas para reflejar la historia de la corrupción y lo sacamos a hacer videos humorísticos en las calles. Explotaron las vistas y las menciones de nuestra candidatura. Salimos incluso en medios nacionales y generamos números de vistas del video incluso mayores a las pautadas.
Nosotros no competimos en la campaña de alcaldes, sino en la de diputaciones locales. Sin embargo, nuestro enfrentamiento con el poder fue parte de la caída del candidato favorito, que terminó perdiendo en un sorpresivo final de elección. Ese alcalde perdió por la misma cantidad de votos que sacó nuestra candidatura. El tiempo algún día pondrá ese número en perspectiva.
Perder la elección, el último aprendizaje
Cuando todo iba bien en nuestra campaña, alguien me recordó algo que ya me habían dicho antes: ten cuidado con ganar la campaña y perder la elección. Quienes dicen eso se refieren a perder ante la corrupta operación electoral que hacen los poderosos el día de la votación.
Al menos en México, la mayoría de las personas no quiere salir a votar —y menos en pandemia—. Así que los partidos políticos grandes lo que hacen es acarrear el voto, hacer listas de votantes y mandar taxis y camiones por ellos, para llevarlos a las urnas —práctica ilegal, por cierto—.
Algunas candidaturas montan una operación llamada “bingo” con la que registran en tiempo real quién acude a casilla a votar —a través de sus representantes de casilla y una hoja donde van tachando números— y entonces presionan a quien aún no ha ido a votar y saben que podría votar por ellos. En la versión más enferma de estas prácticas, pagan hasta 500 pesos a quien les demuestre que votó por ellos con una foto de la boleta o les traiga la boleta en blanco y metan a la urna una tachada previamente —práctica a la que le llaman “carrusel”—.
Nosotros jamás nos hubiéramos permitido entrarle a la operación de la elección. Es inmoral el acarreo de votos y mucho más la compra de electores. No se puede sustituir a los partidos políticos con las mismas cochinadas que han hecho siempre.
Mejor optamos por atestiguar la elección, sin intervenir en ella más que como vigilantes, con un pequeño grupo de observadores en las casillas. A las 7 de la noche, una hora después de que cerraron las votaciones, los resultados comenzaron a llegar a nuestro cuarto de guerra. Estábamos sacando más votos que todos los partidos pequeños juntos, pero el salto entre nosotros y los dos partidos grandes era imposible de brincar. Además, donde no teníamos representantes de casillas sacábamos notoriamente menos votos que donde sí teníamos.
Un muro más grande que una montaña se nos aparecía enfrente, el muro contra el que se enfrenta el cambio social desde abajo, el muro de las cúpulas de los partidos políticos que miran al pueblo desde arriba.
Con apoyo de cálculos actuariales y un poco de econometría, logramos llegar a la conclusión de que la operación electoral de los partidos corruptos no sólo les dio más votos a ellos, sino eliminó votos de las candidaturas que no tenían representantes en todas las casillas. Es una operación hormiga que demuestra cierto descuido de los funcionarios de casilla y cierto aprovechamiento de los representantes de esos partidos que no sólo quieren tener más votos, sino restarles a los demás para desincentivar cualquier posible oposición.
Hoy nos encontramos a cinco meses de que inicie el periodo electoral más importante de nuestro país, el de la elección de la Presidencia de la República. Varios independientes de la elección pasada consideramos que la siguiente será definitiva para mostrar la viabilidad de este tipo de candidaturas. Equipos de todo el país empiezan a comunicarse, a mandarse mensajes, a imaginar caminos nuevos. Estoy convencido de que el mañana que merecemos todas y todos se encuentra en la siguiente elección, esperándonos con expectativa.
* Raúl Ramírez Riba estudió Música en el Fermatta, Comunicación en la Ibero y Derecho y Economía en el ITAM. Es socio fundador en el despacho Ramírez + Riba con oficinas en San Miguel de Allende y Ciudad de México. En el 2021, fue candidato independiente a la Diputación Local por el Distrito IX del estado de Guanajuato.