En el Parque Nacional Waterton Lakes, en las Montañas Rocosas canadienses, científicos han descubierto una nueva especie de mariposa, Satyrium curiosolus, que redefine nuestra comprensión de la biodiversidad.
Durante décadas, los científicos creyeron que se trataba de una población marginal de la conocida Satyrium semiluna. Pero un análisis genético profundo, publicado en la revista científica ZooKeys, reveló una verdad mucho más sorprendente: esta diminuta mariposa lleva al menos 40.000 años evolucionando en soledad, completamente desconectada de sus parientes más cercanos.
La identificación, que fue lograda mediante secuenciación genómica y que destaca la importancia de la genómica moderna para descubrir especies ocultas. Sin embargo, a pesar de su baja diversidad genética y alta endogamia, S. curiosolus ha demostrado una notable resiliencia, posiblemente al eliminar la carga genética negativa a lo largo de las generaciones.
El aislamiento la hizo resistente
El equipo internacional que lideró este descubrimiento aplicó técnicas de secuenciación del genoma completo para estudiar a S. curiosolus. Los resultados no solo fueron concluyentes, sino también conmovedores. Se descubrió que esta especie posee una diversidad genética alarmantemente baja y una elevada tasa de endogamia histórica.
Sin embargo, lejos de condenarla a la extinción, esta situación parece haberla hecho resistente. Es posible que haya eliminado parte de su carga genética negativa a través de generaciones de aislamiento, según explica Zac MacDonald, uno de los investigadores principales del estudio.
Este fenómeno es comparable al observado en otras especies aisladas, como el zorro de las Islas del Canal, que también sobrevivió pese a una variabilidad genética limitada. La mariposa S. curiosolus, al igual que el zorro, parece haber encontrado un extraño equilibrio en su confinamiento evolutivo.
Vínculo simbiótico
Además de sus peculiaridades genéticas, S. curiosolus habita un entorno radicalmente distinto al de sus congéneres. Mientras que S. semiluna se distribuye en zonas esteparias con artemisas, la nueva especie ha encontrado su refugio en un abanico aluvial —una mezcla de pradera y pastizal— en el que ha desarrollado relaciones únicas con la flora y fauna local.
Particularmente, depende exclusivamente de la lupina plateada (Lupinus argenteus) como planta huésped para sus larvas, una asociación jamás registrada en las otras poblaciones de semiluna.
Aquí entra en juego un protagonista inesperado: la hormiga Lasius ponderosae. Las larvas de S. curiosolus mantienen con esta especie un vínculo simbiótico sorprendente. A cambio del dulce néctar que las orugas secretan, las hormigas las protegen del ataque de depredadores y parásitos. Incluso se ha documentado cómo las orugas buscan refugio en las galerías de las hormigas durante el calor extremo o en momentos de peligro.
Este microcosmos de interacciones revela un ecosistema delicadamente tejido durante miles de años. Pero esa misma singularidad también representa una amenaza. La baja diversidad genética de S. curiosolus la deja en una situación vulnerable frente al cambio climático. A medida que las condiciones ecológicas de Blakiston Fan se alteran, las posibilidades de adaptación de esta mariposa podrían verse severamente comprometidas.
Aunque técnicas como el “rescate genético” —introducir individuos de otras poblaciones para incrementar la diversidad— han funcionado en otros contextos, los científicos advierten que, en este caso, podrían ser contraproducentes. Las diferencias entre S. curiosolus y S. semiluna son tan profundas que podrían provocar un fenómeno conocido como depresión por mestizaje, debilitando aún más a la especie en lugar de fortalecerla.
Por ello, se barajan estrategias alternativas: establecer nuevas poblaciones de S. curiosolus en hábitats similares o crear zonas protegidas que aseguren su supervivencia. Lo que es indiscutible es que su conservación requiere un enfoque personalizado, atento a su biología única y su frágil existencia.
La historia de esta mariposa también destaca el papel fundamental que la genómica está jugando en la ciencia moderna. Este caso demuestra cómo los métodos genéticos, cuando se combinan con la ecología de campo, pueden revelar especies que antes pasaban desapercibidas.
Pero quizás el aspecto más esperanzador de este descubrimiento radica en la colaboración que lo hizo posible. Científicos, entidades gubernamentales y organizaciones sin ánimo de lucro trabajaron codo a codo para revelar la existencia de S. curiosolus. Una sinergia de saberes que no solo reformula nuestra comprensión de la biodiversidad, sino que proporciona soluciones prácticas para conservarla.
Fuentes: El Imparcial, National Geographic