La historia de los gladiadores romanos ha estado envuelta en un velo de mitología y arte: mosaicos, crónicas y relatos antiguos nos han dibujado escenas heroicas y sangrientas en las arenas del antiguo Imperio, que se extendió a parte de la hoy Gran Bretaña.
Sin embargo, por primera vez, la ciencia ha encontrado pruebas físicas irrefutables de uno de los episodios más extremos y debatidos de estos espectáculos: el combate entre un gladiador y un león.
¿Qué arroja la investigación de restos humanos de un gladiador en Gran Bretaña?
El descubrimiento se produjo en una colina cercana a York, al norte de Inglaterra, donde arqueólogos desenterraron el esqueleto de un hombre de entre 26 y 35 años, enterrado entre los años 200 y 300 d.C. en la necrópolis romana de Driffield Terrace.
Este antiguo enclave militar, la Eboracum de los romanos, fue una de las ciudades más importantes del Imperio en Britania, e incluso llegó a ser hogar del emperador Constantino el Grande.
El análisis forense del esqueleto, dirigido por el profesor Tim Thompson, de la Universidad de Maynooth de Irlanda, reveló una serie de perforaciones inusuales en la pelvis del individuo.
Tras una comparación minuciosa con mordeduras de diferentes especies, los investigadores determinaron que estas heridas “coinciden inequívocamente” con las provocadas por los colmillos de un gran felino, presumiblemente un león.
“Es la primera vez que hallamos una prueba empírica de este tipo de combates. Hasta ahora, todo se basaba en textos antiguos e iconografía”, explicó Thompson en la revista PLOS ONE, donde se publicó el estudio este miércoles 23 de abril de 2025.
Este hallazgo sitúa a este gladiador como un probable bestiarius, un tipo especializado en enfrentarse a animales salvajes.
Además de las mordidas, el esqueleto mostraba signos de lesiones previas y un cuerpo curtido por el esfuerzo físico, características comunes en combatientes entrenados para la arena.
“Lo primero que hay que saber es que en esa época los animales se utilizaban principalmente para dos cosas”, señala John Pearce, doctor en arqueología.
“Primero, que los depredadores se enfrentaban a cierto tipo de gladiadores, o incluso entre sí. Por ejemplo, un toro contra un oso. Y segundo, eran verdugos en ejecuciones públicas de prisioneros y criminales”.
“Este ‘espectáculo’ era conocido como damnatio ad bestias (condena a las fieras), en el que la víctima era atada o se lanzaba desarmada a una jaula para enfrentarse a los animales”, señala Pearce.
Esto se puede ver claramente en un mosaico romano de finales del siglo II a.C. conservado en el Museo Arqueológico de El Djem (Túnez).
Hay más evidencias de gladiadores que sufrieron físicamente
El cementerio de Driffield Terrace, excavado por primera vez en 2004, ha arrojado hasta ahora un total de 82 esqueletos masculinos.
La mayoría de ellos muestran signos de decapitación, lesiones violentas curadas y un físico robusto, lo que refuerza la hipótesis de que se trataba de gladiadores.
Inicialmente, se pensó que podían ser soldados o víctimas de ejecuciones masivas, pero estos nuevos datos inclinan la balanza hacia una interpretación mucho más relacionada con los juegos romanos.
“La mordida de León en York es una señal clara de lo bien organizada que estaba la infraestructura de entretenimiento romano, incluso en los confines del Imperio”, señala Malin Holst, osteoarqueóloga de la Universidad de York y coautora del estudio.
Este detalle no solo revela la brutalidad del espectáculo, sino también la complejidad logística de transportar animales exóticos como leones desde África hasta Britania.
David Jennings, director de York Archaeology, añade que este tipo de espectáculos también cumplían una función política.
“Incluso en los márgenes del Imperio, el entretenimiento público era una herramienta poderosa de control social”, comenta.
Espectáculos romanos, la nueva incógnita a resolver
La presencia de estos espectáculos en York, más allá del Coliseo romano, cambia la percepción de la distribución del entretenimiento en el Imperio.
Aunque no se han encontrado restos definitivos de un anfiteatro en la ciudad, las fuentes antiguas y la evidencia arqueológica sugieren que este tipo de eventos se celebraron allí hasta bien entrado el siglo IV.
Como apunta Thompson, “este hallazgo transforma nuestra comprensión de la cultura del espectáculo romana”.
Puede que nunca sepamos si este gladiador murió luchando en un combate o ejecutado bajo la condena de la damnatio ad bestias, pero lo cierto es que su historia, escrita en los huesos, ha resucitado una parte olvidada del Imperio.
Fuentes: Excélsior, Meister Drucke.