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Tiempos difíciles

Por: Luis Miguel Rionda / @riondal

Dos países condenados a vivir uno al lado del otro: eso son México y los Estados Unidos. La historia y la geografía los unen y los separan a la vez. Dos países producto ambos de procesos de colonización europea, pero de raíces muy diferentes. México, la antigua Nueva España, fue poblada primordialmente por españoles varones, soldados, aventureros, campesinos, comerciantes y mineros. Todos bajo el amparo ideológico de la evangelización católica. El mestizaje y el sincretismo cultural fueron los productos inmediatos de la convivencia entre los colonos solteros —o con esposas lejanas— con las nativas, esas hermosas y abundantes morenas.

Las trece colonias inglesas se poblaron tardíamente con familias de puritanos evangélicos, prejuiciosos pero permeados de la ética del trabajo individual como la vía de la salvación. Rechazaron el contacto con los nativos, a quienes no necesitaban. Más bien los persiguieron y exterminaron, hasta reducir su población al 1 o 2% del total actual. Los Estados Unidos independientes se expandieron violentamente sobre territorios indígenas y mexicanos, en busca de su “destino manifiesto” declarado por Dios. Un dios rubio y sajón, por supuesto.

México cedió tierra y población ante el empuje del “Tío Sam” (US, Uncle Sam), país de inmigrantes casi por completo; una olla podrida poblada por ingleses, escoceses, irlandeses, alemanes, italianos, africanos y demás “pobres del mundo”, como reza la placa de su estatua de la libertad. La “tierra de las oportunidades”, presumen. Así lo fue sólo para sus componentes blancos: anglosajones, nórdicos y germanos. No así para los inmigrantes indeseables del sur y el oriente: los africanos, los nativos americanos, los hispanos y los asiáticos.

El retorno de Donald Trump nos recuerda inevitablemente estos orígenes. Nieto de un alemán que fue expulsado de su país por no haberse alistado para la guerra. La dinastía Trump se hizo inmensamente rica en “América” con tropelías y fraudes, inclusive Donald. El supremacismo corre por sus venas teutonas, y se ha arrogado la misión divina del MAGA (Make America Great Again) como nueva expresión del destino manifiesto. Y ya lo vemos: va por el canal de Panamá, Groenlandia, Canadá completito y hasta la franja de Gaza, convenientemente depurada de palestinos, otros indeseables. Al Golfo de América México lo quiere convertir en otro de los grandes lagos de su territorio, y pronto babeará por poseer todo México, claro, sin mexicanos (a ver si cabemos en Guantánamo).

Serán cuatro años escalofriantes, el peor momento en la relación con el vecino, y para colmo gobernados acá por nacionalistas woke, aliados de los autoritarismos fósiles del continente, y fanáticos del estatismo. Pero no hay loco que trague lumbre: los bullies populistas saben que no hay que meterse con el matón del garrote arancelario. O al menos eso creo…