Hay fotos que nacen tocadas por la fortuna, listas para convertirse en iconos de una época, de un momento histórico. El destino quiso que una de ellas fuera la de la joven y guapa miliciana que a inicios de la Guerra Civil, con un rifle a la espalda, despeinada, lanza una mirada alegre y desafiante en una azotea desde la que se atalaya el centro de Barcelona. La chica, que simboliza magníficamente la épica revolucionaria proletaria y la firme resolución y las esperanzas del pueblo en armas, era Marina Ginestà, que falleció ayer en París, donde residía, a los 94 años.
La foto fue tomada por el fotógrafo alemán Hans Gutmann (1911-1982), conocido como Juan Guzmán, en el viejo hotel Colón en la plaza de Catalunya —un edificio que luego ocupó Banesto y que en la actualidad alberga la tienda de Apple—. Durante la Guerra Civil, el hotel se convirtió en sede central del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), que colocó en la fachada proclamas y retratos de Lenin y Stalin.
Fue uno de los escenarios de los enfrentamientos en 1937 entre los comunistas y el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), cuando los terrados de la zona dieron mucho de sí, balísticamente hablando: los miembros del POUM, entre ellos George Orwell, tiraban desde lo alto del teatro Poliorama, ocupado por la CNT-FAI, mientras que por el agujero de la “O” del letrero del hotel Colón asomaba el cañón de una ametralladora, que barría la plaza con su fuego…
Cuando Gutmann retrató a la jovencita Ginestà, que contaba 17 años y era miembro de las Juventudes Socialistas Unificadas, aquella desunión fratricida aún no había llegado. Era el 21 de julio de 1936 y la mirada de la chica refleja toda la confianza republicana tras el aplastamiento de la sublevación en Barcelona. Tiempo de lucha y de sueños.
Primero como traductora del enviado especial del diario soviético Pravda Mijail Koltsov y luego como periodista de varios medios republicanos, Ginestà vivió la guerra desde una retaguardia militante, esforzándose por mantener alto el ánimo de su bando. “Éramos periodistas y nuestra profesión era que no decayera nunca la moral, difundíamos el lema de Juan Negrín ‘con pan o sin pan, resistir’. Y nos lo creíamos”, afirma la mujer, convencida ahora de que los datos que contribuía a propagar habían sido falsificados para mantener viva la ilusión de la victoria.
De la mano de Koltsov asistió a la entrevista que mantuvo en agosto del 36 con Buenaventura Durruti en la localidad maña de Bujalaroz, una conversación de alto nivel político que Ginestà asegura que costó la vida a ambos, porque Stalin les estaba espiando y no debió apreciar lo que se dijeron.
“Teníamos la sensación de que la razón estaba con nosotros y que ganaríamos la guerra”
De su trabajo en la retaguardia también conservaba recuerdos duros, como la visita a un hospital barcelonés para identificar cadáveres. “Es el recuerdo más terrible que guardo de la guerra. Por primera vez tuve una idea de la muerte. Vi a una mujer muerta con su hijo en brazos… Todavía hoy me viene a la mente ese recuerdo”.
Pero los momentos más duros llegaron cuando tuvo que abandonar el país camino del exilio francés, su patria de nacimiento. En el paso de los Pirineos perdió a su novio, comisario político, pocos días antes de reencontrarse con sus padres. La llegada de los nazis les obligó a tomar un barco con destino a América. La nave, que se dirigía al México de Lázaro Cárdenas donde los aguardaban con los brazos abiertos, se desvió para ganar tiempo a la República Dominicana. Ginestá pasó también por Venezuela. Sólo entonces sintió que la guerra estaba perdida.
“La juventud, las ganas de ganar, las consignas,… yo me las tomaba en serio. Creía que si resistíamos ganábamos. Teníamos la sensación de que la razón estaba con nosotros y que acabaríamos ganando la guerra, nunca pensamos que acabaríamos nuestras vidas en el extranjero”, afirmaba en 2008. La decepción de la derrota, el recuerdo “de los compañeros que se quedaban atrás, muchos de ellos fusilados”, se mezclaba entonces con el sueño de que las democracias europeas vencieran al fascismo en la recién iniciada Guerra Mundial.
“Dicen que en la foto tengo una mirada arrebatadora. Es posible, porque convivíamos con la mística de la revolución”
En 1946 se encontraba exiliada en la República Dominicana, cuando tuvo que volver a huir perseguida por el dictador Rafael Trujillo. Se casó en segundas nupcias con un diplomático belga, con el que volvió a Barcelona en los años 1960. Ella misma desconocía la fotografía hasta que la vio por primera vez hace una década.
El 6 de enero falleció en un hospital de la capital francesa, donde había vivido los últimos 40 años.
Con información de: El País y Público.