La diosa trazada en servilletas que sonrojó al Paseo de la Reforma

Una de las fuentes más famosas de la Ciudad de México se delineó sobre una servilleta de un café que ya no existe. Dos hombres, un arquitecto y un escultor, concibieron en el café Piquio del centro de la capital la Diana cazadora, la figura de bronce que flecha la Estrella del Norte desde el Paseo de la Reforma.

El arquitecto que trazó esas primeras líneas, Vicente Mendiola, las repitió al menos dos veces más, también en servilletas de papel: una para convencer a la mujer de 16 años que posaría desnuda para él y el escultor, y otra mientras conversaba con uno de sus nietos años después. Emilio Carrera, ese joven que escuchaba a su abuelo, abre su casa para recordar la obra del arquitecto que proyectó esa fuente y una veintena de monumentos más en el país.

La vivienda de Carrera parece una exposición permanente de la obra de Mendiola, que además de estudiar Arquitectura becado en la Academia de San Carlos fue pintor, dibujante y maestro. “Un hombre del Renacimiento en el siglo XX”, lo define su nieto citando al exdirector de la Facultad de Arquitectura de la UNAM Ernesto Velasco León.

En las paredes, cuelgan decenas de acuarelas y dibujos firmados por V. o Vic. Mendiola, algunos “para Emilito”. Desnudos, paisajes, catedrales, árboles robustos. Muchas imágenes de un México que ya no existe. La Diana cazadora tampoco es la misma fuente que se inauguró el 10 de octubre de 1942.

La obra fue un encargo del presidente Manuel Ávila Camacho, del recientemente creado Partido Revolucionario Institucional, al escultor Juan Olaguíbel para un país que se consolidaba como democracia. Camacho puso dos condiciones: el monumento debía ubicarse en la última glorieta del Paseo de la Reforma antes del bosque de Chapultepec y no debía hacer referencia a ningún motivo político ni histórico.

Con el encargo presidencial, Olaguíbel buscó a Mendiola, que ya había proyectado, dirigido o ejecutado obras importantes en todo el país, como la Inspección de Policía y Bomberos de Ciudad de México, el Hospital Civil de Tampico, el Monumento al Maestro de Toluca o residencias para el presidente Plutarco Elías Calles, además de la restauración de la torre izquierda de la Catedral de Oaxaca y de las columnas del Castillo de Chapultepec.

“Con esa indicación, pensando en el bosque de Chapultepec y en que cerca de ahí estaban los manantiales que surtieron a México, mi abuelo piensa en una fuente”, señala Carrera, ingeniero, de 60 años. Mendiola conocía bien ese parque urbano de la capital; vivía tan cerca que desde su casa se podía escuchar el rugido de los leones en el zoológico del parque, recuerda el nieto del arquitecto.

“El Paseo de la Reforma en esa época tenía un perfil francés. Entonces piensa en Diana de Poitiers, amante del rey Enrique II, que cazaba en bosques de Chambord en Francia”, continúa. Con esas ideas en la cabeza, Mendiola hace los primeros trazos sobre una servilleta del café Piquio.

Las versiones sobre la autoría se bifurcan a partir de este encuentro en el café capitalino. De acuerdo con una crónica del periodista Vicente Leñero citada en La Diana Cazadora. Historia de un símbolo, Olaguíbel ya había pensado en “algo simple, bucólico” con “motivo amazónico” para una escultura anterior cuando citó a Mendiola.

Para la familia del arquitecto, en cambio, “el tema, idea, concepto y el proyecto en su conjunto fueron de Mendiola” mientras que “la estilización y realización de la escultura fue de Juan Olaguíbel”. Así lo escribe María Luisa Mendiola, hija del arquitecto y madre de Carrera, en un libro sobre la obra de su padre editado por el Instituto Mexiquense de Cultura y más autores coinciden.

“El proyecto original de mi abuelo no era con la Diana así como la ves con la pierna levantada porque esa no es la posición natural para tirar un arco y flecha. Mi abuelo había propuesto una mujer bien plantada”, explica Carrera.

“Esa posición antinatural fue idea de Olaguíbel y le dio un encanto a la Diana porque le dio giro y movimiento a la figura, la enriqueció. Eso es lo que mi abuelo reconocía de la aportación de Juan, pero el concepto de la Diana, la fuente, la mujer, el arco, todo es de mi abuelo”, defiende.

Esa primera servilleta y las demás se perdieron en los años. Pero Carrera recuerda las proporciones que Mendiola le explicaba sobre el papel. “Era un triángulo isósceles: dos partes iguales y una desigual”, dice en el salón de su casa en la colonia Álvaro Obregón de Ciudad de México.

Quien entra allí por primera vez se sorprende con casi todo lo que ve: el vitral art déco de unos siete metros diseñado por Carrera, el cafeto que brota entre las cerámicas, las plantas que cuelgan del techo, la biblioteca a la izquierda con libros heredados de arte y filosofía, el jardín del fondo, las acuarelas en la pared. Todo llama la atención salvo, quizás, el mueble de madera oscura bajo el vitral.

Allí dentro, protegidos del sol, Carrera conserva en cajas de plástico dibujos a lápiz, bocetos, pinturas, fotografías o diarios de su abuelo. Una de esas cajas quedó afuera después de una cena con amigos y guarda en su interior la foto de una mujer que posa desnuda delante de una escultura que la dobla en altura y la imita apuntando con los brazos al cielo. Carrera asegura que encontró esa imagen por casualidad en los años 80 en el archivo de Casasola, una tienda de fotografías antiguas que conservaba el negativo.

La joven que posa delante de la obra era Helvia Martínez, una secretaria de 16 años que trabajaba en Petróleos Mexicanos cuando Mendiola y Olaguíbel la convencieron para ser la modelo de la Diana cazadora. Los dos hombres le prometieron que su identidad sería anónima y que la escultura del Paseo de la Reforma no tendría su cara. En el estudio de Olaguíbel, donde se tomó la foto, la mujer estaba aterrada, pero finalmente accedió a quitarse el sostén “por vanidad”, después de ver a otras modelos desnudas en un libro de arte, según cuenta en sus memorias Martínez, que reveló su identidad en 1992.

No cobró nada por el trabajo. Diez años después, recibió unos 600 pesos de la época por volver a posar para el arquitecto y el escultor, que desarrollaban la Fuente de Petróleos a metros de la Diana. La figura de la Martínez, entonces, se duplicó para personificar en 1952 “la industria entregando a la Patria” el petróleo tras la expropiación petrolera de 1938, según cuenta el arquitecto en sus diarios. A la izquierda y a la derecha de la mujer, están representados Mendiola y Olaguíbel como un técnico y un obrero. “Mi abuelo decía así medio en broma que se había gastado los presupuestos de los modelos en fiesta”, apunta Carrera.

El añadido se retiró 1967, pero quedaron marcas y la original fue llevada a Ixmiquilpan, en el Estado de Hidalgo, para ser reemplazada en la capital por una fundición nueva. En México, existen al menos 14 réplicas de la fuente, desde Baja California hasta Chiapas. El conjunto capitalino fue reubicado tres veces y finalmente ocupó la glorieta en la intersección del Paseo de la Reforma y Río Misisipi con variaciones respecto del diseño original.

“Perdió proporción porque la subieron a un platillo volador”, lamenta el nieto de Mendiola. Y nunca recuperó la flecha, que fue robada en sus primeros años sobre la arteria de la capital. La obra también ha ido perdiendo su escala mientras a su alrededor crecían rascacielos que albergan las oficinas de empresas multinacionales y hoteles lujosos.

La figura llegó a ser tan reconocida que había quien tenía en su casa un réplica en miniatura. El mismo Mendiola conservaba una, cuenta su nieto. Pero el arquitecto no estaba de acuerdo con que se comercializara y se descontextualizara el proyecto.

“No tenía mayor interés por el dinero”, apunta. Por eso nunca vendió su obra pictórica y la familia conserva gran parte de sus 1.400 obras de arte, que se suman al legado arquitectónico que dejó en todo el país.

Tomado de: El País.

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